Autor: Sergio Leonardo Alzate Hoyos
3 de marzo de 2021
El acervo cultural en Riosucio va más allá de festivales como el Carnaval, Encuentro de la Palabra y la Semana Santa. En esta localidad, se encuentra una tradición que transita entre lo profano y lo sagrado, actuando como el resquicio de luz a través del cual podemos vislumbrar la cosmogonía de los pueblos aborígenes que habitaban el territorio caldense antes de la colonización europea. Aunque divinidades solares y acuáticas fueron sepultadas y borradas de la conciencia colectiva, el fuego, presente en esta fiesta patronal, ha resistido años de genocidio cultural.
Cada año, del 24 de enero al 2 de febrero, se rinde homenaje a la Virgen de la Candelaria a través de las festividades patronales. Para comprender el corpus cultural de Riosucio, es esencial explorar sus diversas facetas, que condensan tanto lo apolíneo como lo dionisíaco. La exaltación religiosa y pagana acompañan el inconsciente colectivo de este pueblo, cuya fecha fundacional se asocia al nacimiento de la república colombiana. Los parques de esta localidad se convierten en espacios donde el diablo y la devoción religiosa hacia la Virgen coexisten, encapsulando así dos visiones de mundo y sociedad que se cristalizan en la mixtura cultural del lugar.
La Virgen de la Candelaria también está vinculada al agua, representando el aspecto femenino maternal gestante de los ciclos lunares. Vale la pena destacar que los santuarios dedicados a diferentes advocaciones de María originalmente se ubican en lugares donde brotan fuentes acuáticas. La Canducha, como vestigio del sincretismo entre la diosa de los Pueblos de Indios de la Montaña y la Virgen María, patrona de los colonos europeos, simboliza el culto a la fertilidad y al natalicio. Afortunadamente, el rito ceremonial ha sobrevivido a lo largo del tiempo, pasando de la chicha de maíz a los actuales guarapos de caña. Por lo tanto, los símbolos presentes en esta fiesta, incluyendo la devoción religiosa, el fuego y el guarapo, constituyen una forma de mantener viva la memoria ancestral que se resiste a ser olvidada.
La leyenda cuenta que estas tierras albergaban espacios de veneración, como la laguna de Mogán cerca de la actual comunidad conocida como Pueblo Viejo. Además, las cumbres de las montañas tenían un papel fundamental en la vida religiosa, siendo sitios ceremoniales importantes. Los cerros Ingrumá, Carambá e Ibá son algunos ejemplos de estos lugares. Desde las cimas, los sacerdotes, mediadores entre los dioses y los hombres, ofrecían sacrificios en busca de expiación y el favor para las cosechas. Los dioses subterráneos y las deidades de los socavones de las minas se mantuvieron vivos a través del culto a la Virgen de las Candelas, como destaca Héctor Jaime Montoya en su libro «Virgen de la Candelaria de la Montaña Riosucio Caldas: Recogienda», una obra esencial para comprender las estructuras y raíces de esta festividad.
Hoy en día, esta festividad incorpora símbolos que encapsulan la identidad de este pueblo. El sortilegio de la pólvora convoca a los feligreses al mediodía y en la noche para asistir a la novena. «La Vaca Loca», otro elemento fundamental, es un artefacto lúdico de madera en forma de toro que llena la noche de un ambiente festivo y misterioso, involucrando el simbolismo universal del fuego. Este armazón es temido y amado por niños y adultos. En la víspera de la fiesta, uno de los «Manejadores» o «Vacaloqueros» lo enciende y lo lleva prendido al son de la música festiva interpretada por la tradicional banda de «Los Mafla», una familia que ha amenizado musicalmente esta festividad durante décadas. Además, el tradicional «Paseíllo», como describe Óscar Henao Carvajal, es un desfile por las principales calles del pueblo que incluye al portador del «Sol de banderillas», «Los Vacaloqueros» con «Las Vacas Locas», así como emuladores de toreros, polvoreros, guaraperos y curiosos.
Esta festividad es también un homenaje a los artistas, donde la música y el fuego forman un binomio indisoluble. Los poetas dedican sus versos a la patrona, como: «Yo te saludo con el alma entera; con todo el fuego de mi amor ardiente». Por eso, como afirman algunos devotos, «La Virgen ha paganizado más al diablo del Carnaval que cristianizado al diablo, gracias a esta señora que, en lugar de apagar, aviva».
La Virgen de las Candelas es también la patrona de los artesanos, zapateros, sastres, costureras, carpinteros y otros oficios. En su honor, nuestros abuelos superaron las rencillas bipartidistas heredadas del siglo XIX. En conclusión, como menciona Héctor Jaime Montoya: «Candelaria mestiza es el tizón que no se apaga, un túnel que conducirá a nuevos investigadores a encontrar valiosos tesoros para beneficio de una convivencia más equitativa.»